A menudo, el conflicto entre Israel y los palestinos se presenta como una disputa territorial, pero sus raíces son mucho más profundas. Antes de 2005, se instaba repetidamente a Israel a retirarse a las fronteras de 1967. En 2005, Israel hizo precisamente eso, retirándose de la Franja de Gaza y desarraigando comunidades, incluidos los muertos de los cementerios judíos, en un intento por lograr la paz.
Sin embargo, en lugar de aprovechar la oportunidad para construir una nación próspera, Gaza se sumió en el caos. Los gazatíes destruyeron la infraestructura dejada por Israel, incluidos los invernaderos que podrían haber sustentado su economía. Eligieron a una organización terrorista, Hamas, para gobernar, inaugurando una era de terror.
Este patrón se repite a lo largo de la historia. Israel se retiró del sur del Líbano, pero la paz no siguió. El conflicto no se trata de fronteras; se trata de la negativa a aceptar la existencia de Israel. La carta fundacional de Hamas llama explícitamente a la destrucción de Israel y al asesinato de judíos en todo el mundo.
Entender el conflicto requiere comprender la teología islámica. Los judíos históricamente vivieron como ciudadanos de segunda clase, «dhimmis«, bajo el dominio islámico, sujetos a humillaciones y leyes discriminatorias. El establecimiento de Israel rompió este statu quo, lo que llevó a un rechazo profundo de la soberanía judía.
Los críticos a menudo afirman que los palestinos simplemente quieren un estado. Pero la realidad, como se establece en la carta fundacional de Hamas, es la erradicación de Israel. Este no es un conflicto por territorio, sino una lucha contra la existencia misma de Israel. El aumento del antisemitismo a nivel mundial subraya la urgencia de la seguridad de Israel.
Ante las crecientes amenazas, Israel permanece resiliente, decidido a defender su derecho a existir. El mundo debe reconocer la verdadera naturaleza de este conflicto y oponerse a las fuerzas del odio y el terror que buscan la destrucción de Israel.
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