Por Ruben Peralta Rigaud

El terror es un género que ha acompañado al cine desde sus primeros pasos, siempre dispuesto a explorar lo que más nos inquieta como sociedad: nuestros miedos, nuestros tabúes y nuestras pesadillas colectivas. A diferencia de otros géneros, el terror nunca ha tenido miedo de reinventarse. Desde el expresionismo alemán hasta las propuestas más experimentales del siglo XXI, el género ha demostrado una capacidad inagotable para mutar, absorber influencias culturales y emocionar —o más bien aterrorizar— a distintas generaciones.


Hablar de las mejores películas de terror de todos los tiempos no significa simplemente enumerar sustos, sino identificar aquellas obras que cambiaron las reglas del juego, que se convirtieron en referentes culturales y que siguen resonando con públicos de todo el mundo.

El nacimiento del miedo en la pantalla

El viaje comienza en los años veinte, con el expresionismo alemán como punta de lanza. El gabinete del Dr. Caligari (1920), de Robert Wiene, no solo es una de las primeras grandes películas de terror, sino también una obra de arte visual. Sus decorados deformados, sombras pintadas y atmósfera opresiva marcaron un antes y un después en la representación de lo siniestro. Esta película dio origen a una estética que aún resuena en el cine gótico y en el horror psicológico contemporáneo.

 

Unos años más tarde, el terror encontró un nuevo vehículo en las adaptaciones literarias. Drácula (1931), con Bela Lugosi, y Frankenstein (1931), con Boris Karloff, inauguraron la era dorada de los monstruos de Universal. Estas películas no solo definieron a sus personajes para la cultura popular, sino que introdujeron al público en la fascinación por criaturas que eran tanto temibles como trágicas.

El terror como espejo de la sociedad

En los años cincuenta y sesenta, el género empezó a dialogar con las ansiedades sociales de la Guerra Fría y la posguerra. Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock, transformó el terror en un ejercicio de manipulación psicológica. Su famosa escena de la ducha no solo cambió la manera de filmar violencia, sino que también reveló cómo el horror podía surgir de lo cotidiano, de la aparente normalidad de un motel de carretera.

Poco después, George A. Romero redefinió el género con La noche de los muertos vivientes (1968). Con recursos mínimos, Romero creó el mito moderno del zombi y lo usó como metáfora del consumismo, la deshumanización y el colapso social. Hasta hoy, sus ecos se sienten en series como The Walking Dead y en incontables producciones de horror posapocalíptico.

El reinado del terror en los setenta y ochenta

Si hubo una época dorada para el género, fueron los años setenta. El exorcista (1973), de William Friedkin, marcó un hito cultural, escandalizando a audiencias y estableciendo un nuevo estándar de realismo y brutalidad en el cine de terror. Su mezcla de religión, cuerpo y posesión demoníaca convirtió a la película en un fenómeno de masas y en un referente ineludible.

En 1978, John Carpenter dio otro paso fundamental con Halloween, que estableció las bases del “slasher” moderno. Michael Myers se convirtió en el rostro del mal imparable, y la idea de que el horror podía acechar en los suburbios estadounidenses resonó en una sociedad que se sentía cada vez menos segura.

El género continuó reinventándose en los ochenta. Wes Craven nos regaló a Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street (1984), un monstruo que atacaba en los sueños y que representaba el miedo adolescente en plena era de MTV. Y por supuesto, The Shining (1980) de Stanley Kubrick, basada en la novela de Stephen King, llevó el terror a un nivel artístico pocas veces alcanzado, explorando la locura, el aislamiento y lo sobrenatural en un laberinto visual inolvidable.

Los noventa y la ironía del miedo

Los noventa fueron testigos de una mutación. El género, que parecía agotado tras la sobreexplotación de los slashers, encontró nueva vida con Scream (1996). Wes Craven regresó para dinamitar sus propias reglas, entregando una película que era a la vez homenaje y sátira del terror juvenil. El resultado fue un fenómeno que revitalizó el género y dio origen a una nueva ola de imitadores.

Ese mismo año, El proyecto de la bruja de Blair (1999) cambió las reglas del marketing y del found footage. Su campaña publicitaria, que hacía creer al público que lo que veía era real, convirtió a esta película independiente en un fenómeno global.

El nuevo milenio y el terror elevado

Con la llegada del siglo XXI, el terror abrazó la diversidad de voces y estilos. El J-horror impactó con películas como Ringu (1998, estrenada internacionalmente en los 2000), que trajo consigo un nuevo imaginario: el miedo a las tecnologías y a las maldiciones invisibles. Hollywood se apresuró a hacer remakes, pero el impacto del original japonés fue imposible de replicar.

En paralelo, cineastas como Ari Aster (Hereditary, 2018), Jordan Peele (Get Out, 2017) y Robert Eggers (The Witch, 2015) llevaron el género a lo que algunos llaman “terror elevado”. Historias que combinan el horror puro con reflexiones sociales, políticas y familiares, dando al público experiencias que trascienden el simple susto.

El presente y el futuro del miedo

Hoy, el terror vive un momento de esplendor. Películas recientes como Sinners (2025), que mezcla vampirismo con la historia afroamericana, o 28 Years Later (2025), que rescata el espíritu de los zombis de Danny Boyle, demuestran que el género sigue siendo un espacio privilegiado para hablar de lo que más nos preocupa como sociedad.
El terror contemporáneo es híbrido: conviven el horror popular de franquicias como El Conjuro o It, con propuestas autorales que llegan a festivales de prestigio. El género ya no es un pariente pobre del cine, sino un terreno fértil donde se exploran los límites de lo humano y lo inhumano.

Conclusión: El miedo que nunca muere

¿Por qué seguimos buscando películas de terror? Porque el miedo nos conecta con lo más esencial: la supervivencia, la fe, la familia, la soledad. Desde los monstruos clásicos hasta los experimentos más arriesgados, el género del horror ha demostrado que puede reinventarse y mantenerse vigente.

Hablar de “las mejores películas de terror de todos los tiempos” es hablar de nuestra propia historia como espectadores. Lo que ayer nos asustaba puede parecer ingenuo hoy, pero cada obra es un espejo de los temores de su época. Y en ese viaje, el terror no solo nos aterroriza: también nos acompaña, nos cuestiona y nos recuerda que, en el fondo, el miedo es universal.

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