En el ámbito del derecho penal en nuestro país, hemos aprendido a simplificar de manera casi mágica el funcionamiento de la justicia: “la Policía detiene, los fiscales liberan y los jueces condenan”. Esta afirmación se ha repetido tantas veces que parece haber adquirido el estatus de dogma.
Cada vez que un juez decide modificar una medida cautelar o deja en libertad a un imputado, la responsabilidad recae de inmediato sobre el fiscal. El juez se convierte en un mero espectador, mientras que el fiscal se presenta como la “llave maestra” que abre las puertas de las cárceles. Este razonamiento, tan absurdo, nos hace pensar que los fiscales poseen verdaderamente las llaves de los centros penitenciarios.
Por otro lado, cuando un tribunal otorga una condena, el papel del fiscal y la investigación policial se desvanece. Las audiencias, las pruebas y los esfuerzos en el litigio son rápidamente olvidados; la narrativa se transforma en un agradecimiento a los jueces por hacer justicia, dejando a los fiscales nuevamente al margen de la historia.
El problema subyacente radica en tres factores: ignorancia, ego y mezquindad. Ignorancia, porque en un sistema acusatorio, el juez actúa con base en lo que el fiscal presenta, no en un vacío. Ego, porque es más simple elevar a unos y demonizar a otros que realmente comprender cómo opera nuestro sistema judicial. Y mezquindad, porque reconocer el trabajo ajeno es una tarea difícil para quienes prefieren mantener prejuicios en lugar de aceptar realidades.
La ironía es aún más dolorosa: en este sistema, si el fiscal no acusa, el juez no puede condenar; si no se presentan pruebas, el juez no puede crear evidencia de la nada. Sin embargo, permanecemos atrapados en un teatro de percepciones que convierte a los fiscales en villanos y a los jueces en héroes indiscutibles.
Es inevitable el cierre de esta reflexión: mientras continuemos repitiendo que “los fiscales sueltan y los jueces condenan”, seguiremos fomentando una sociedad que prefiere clichés sobre verdades, percepciones sobre realidades y rumores en lugar de buscar la auténtica justicia.
En definitiva, no se trata de que “los fiscales sueltan” o “los jueces condenan”. Lo verdaderamente alarmante es que la ignorancia nos condena a todos.