En la República Dominicana, persiste una peligrosa normalización del deterioro de los servicios públicos y la indiferencia institucional. La apatía social frente a hospitales colapsados, escuelas precarias, transporte caótico, inseguridad creciente y entornos contaminados, se ha convertido en parte del paisaje cotidiano. No se reclama lo que se merece, sino que se sobrevive con lo que se tiene. Esta pasividad no es sinónimo de paz social, sino reflejo de una ciudadanía desencantada, que ha perdido la confianza en que su voz genere transformación.
A la par, muchos representantes y funcionarios parecen vivir de espaldas al país real. Alejados de la cotidianidad del ciudadano común, operan desde burbujas burocráticas donde la urgencia nacional no tiene eco. La desconexión entre gobernantes y gobernados ensancha la brecha de la democracia. Es urgente reconstruir ese vínculo roto entre la sociedad y sus líderes: gobernar no puede seguir siendo administrar el poder, sino responder a las verdaderas necesidades de la gente. La dignidad ciudadana comienza por exigir y ser escuchado.
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