Del escritorio de César Polanco Reynoso
La importancia de vencer a la apatía para fortalecer nuestro modelo de democracia.
En los últimos 20 años nuestro país se ha beneficiado de un crecimiento económico y social sin precedentes en la historia moderna de nuestra patria. Es por esto que la República Dominicana en muchas ocasiones se ha visto como un modelo a tomar en cuenta en la región de centro América y el caribe en lo concerniente a modernización y, por ende, las inversiones nacionales y extranjeras se habían visto en un clima de apertura comercial.
Pero debemos tomar en cuenta que esto no es toda nuestra historia, que, más allá de los números, existen rostros e historias importantes que han fortalecido nuestra sociedad desde el anonimato o de manera pública. Por otro lado, no podemos olvidar las luchas que hemos tenido como sociedad y que, para bien o para mal, han beneficiado sectores de distintas índoles y con distintas causas.
En la antigua Grecia, cuna de este modelo de gobierno, para que una democracia funcionara, los ciudadanos debían encontrarse pendientes y participando activamente de las iniciativas sociales que los poderes públicos, manejados por el gobierno, les concedían para el manejo equilibrado de la cuestión pública. Luego de esto, los bienes personales y el crecimiento personal pasaban a un segundo plano, que se generaba como recompensa en algunos casos.
Hasta el momento, el sueño dominicano ha sido la generación de riqueza personal, la adquisición de una vivienda propia y digna, una mejor educación privada para los hijos y unas cuantas vacaciones en el interior o exterior del país (agregue el destino de su elección). Muchos de nosotros nos arraigamos aún a esta utopía que nuestros padres nos han transmitido mediante el gran ejemplo de esfuerzo y dedicación que nos inculcaron.
Sin embargo, a nivel general, nos olvidamos de que, para el mantenimiento de una República, se necesita de buena salud, educación y manejo del presupuesto anual para la mejora del ecosistema social a nivel de infraestructura física y de bienestar social. Pero el ingrediente primordial es la supervisión de todo esto a través de la participación ciudadana y una mejoría en el trato de lo ajeno, es decir, del erario público.
Pero, ¿Por qué, aun teniendo un crecimiento acelerado como economía, nos encontramos en una posición de desesperanza sobre el futuro?
Algunos dirían que porque el crecimiento económico de nuestro país se ha quedado en sectores específicos, otros dirán que es porque el uso de los impuestos no va acorde al desarrollo social que necesitamos, quizás sea por el tema de la excesiva corrupción administrativa que nos invade en las noticias diariamente, sin importar el color de quien se encuentre al mando, o por el pago excesivo de impuestos destinados a sectores que pudieran subvencionarse por otro método de recaudación, como por ejemplo los partidos políticos.
Pero quizás sea por algo mucho menos complejo de explicar y me encantaría atribuir este mal, que no deja en percepción a todo lo mencionado anteriormente como parte de una apatía y desmoralización del dominicano frente a los problemas que nos arropan como sociedad y es que, existe una constante falta de empatía social, lo que nos está generando caer en las mismas problemáticas sociales una y otra vez como ciudadanía.
En pocas palabras, al dejarle a la administración pública y a los políticos partidistas la conducción de nuestra democracia, hemos mirado hacia otro lado para proteger nuestro patrimonio personal hasta que se incremente lo suficiente para participar o, quizás, en el mejor de los casos, crear una asociación sin fines de lucro para empezar a conversar sobre temas puntuales que nos afectan personalmente. Esto es en un escenario óptimo; ahora bien, en el peor, sería la creación de estructuras criminales que interfieran en estos asuntos mencionados, como, por ejemplo, la narco cultura que permea todos los sectores de esta sociedad.
Lamentablemente, esta no es la mejor manera en la que funciona una democracia, si vemos el concepto de democracia desde su raíz más pura, podemos encontrar en las palabras de Platón una definición controvertida, al describir la democracia como “el capricho del pueblo, con sus variaciones de ánimos y apetitos e indiferente al buen orden”. Para este filósofo, el gobierno de la democracia no reconoce diferencias entre mujeres y hombres, entre padres e hijos, entre amos y esclavos, entre sabios e ignorantes, es “la tercera forma de gobierno” frente a la aristocracia y la oligarquía.
La razón por la que este filósofo desmenuza el gobierno democrático con estas palabras se debe al exceso de libertad que se encontraba arraigado en el corazón del concepto de gobernanza de esta modalidad, lo cual generaba situaciones de desigualdad que, al final, desencadenaban en la peor forma de gobierno, descrita por él como “la tiranía”.
Este último elemento que citamos, se suma al concepto de paz y gobernanza que emulamos como estado. Hobbes mencionaba un símil con su obra “Leviatán” publicada en 1651, este autor imaginaba un “estado de naturaleza”, en el pasado, donde la ausencia de autoridad suscito una “guerra de todos contra todos”. Nada difícil de imaginar en la actualidad política y social en la que vivimos actualmente.
Este autor expone que “para escapar a tal intolerable inseguridad, la gente entregaba sus derechos a un poder soberano a cambio de que el soberano proporcionara seguridad para todos dentro de las fronteras del Estado” (Hobbes, 2004). Algo que hoy en día emulamos, ya que la monopolización del poder a cargo del Estado soberano es, y fue, la única solución que se encontró para superar el miedo a la muerte y a la guerra.
Ejemplos de intercambios semejantes de seguridad por libertades los hemos tenido desde siempre. Basta recordar el año 2020, cuando como sociedad toleramos una cesión de libertades durante la pandemia de COVID-19, que luego fue difícil recuperar, aunque sea parcialmente. Por eso, la cita anterior es relevante en estos párrafos: si lo pensamos bien, el anhelo por recuperar aquellas libertades que cedimos por miedo nos está llevando a un exceso de libertinaje que, sumado a una indiferencia extrema hacia lo demás, nos hace olvidar que este es el camino hacia una “tiranía necesaria” que nos conduce a la peor forma de gobierno que Sócrates menciona en La República.
La libertad desmesurada, lejos de ser el ideal supremo de una sociedad democrática, puede llevar, paradójicamente, a una forma de servidumbre extrema. Esta reflexión, que aplica tanto a los Estados como a los individuos, revela una verdad sobre el equilibrio necesario entre la libertad y el orden. Como señaló Platón, “por consiguiente, lo mismo con relación a un Estado que con relación a un simple particular, la libertad excesiva debe producir, tarde o temprano, una extrema servidumbre” (La República, 1991, 357d-360e).
Generalmente, se nos hace muy difícil entender que los límites son necesarios, no solamente para los gobernantes, sino también para nosotros mismos. Si lo vemos como un aporte a la comunidad, estaríamos reuniendo las condiciones necesarias para una vida en convivencia pacífica. Esto lo podemos ver reflejado realmente dentro de nuestra comunidad internacional y su sistema: al ver a los países, en principio, llevar un equilibrio en sus representaciones y actuaciones bilaterales, entendemos el porqué de estos límites, pero sobre todo, de sus necesidades.
Esto sin dejar de renunciar a que cada Estado “tiene el derecho de defender su interés nacional por encima de todos en un mundo donde el poder es el factor supremo” (Kissinger, 2016). Es por esto que el equilibrio que debe llevar el Estado en sus relaciones internacionales se asemeja bastante al nuestro y a las interacciones personales que hacemos día a día, con sus peculiaridades y particularidades, pero siempre teniendo en cuenta que un mal manejo puede llevar a un constante estado de conflicto armado.
Este delicado equilibrio se vuelve aún más relevante cuando consideramos que, como señala Platón, “es natural que la tiranía tenga su origen en el gobierno popular; es decir, que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable” (Platón, República, 357d-360e).
Esto nos lleva al contexto actual; las últimas elecciones son un reflejo de que el exceso de libertinaje, sumado a la apatía, puede degenerar en una forma de gobierno totalitario en su gestión o toma de decisiones, conllevando intentar imponer el orden perdido en un momento casi siempre tardío. Esto, sin lugar a dudas, nos lleva a contextualizar que el orden categórico social que vivimos en la actualidad puede cambiar muy rápido, perdiendo nuestras libertades básicas, pensando en haber ganado libertades modernas.
Las Reformas
Este tipo de conflictos que mencionamos en los párrafos anteriores trae a la vida la prosa filosófica de los pensadores citados anteriormente, haciéndonos entender que los conflictos del pasado son cíclicos y que, en algunas cosas, se diferencian por particularidades tecnológicas del momento. Entre otras cosas, debemos mencionar de manera llana que la historia se repite y, si no le prestamos atención, podemos revivirla con la desastrosa regresión que conlleva este proceso de actualización de libertades.
Cada mandatario que aplicó reformas en nuestro país pagó un precio alto, pero nadie más alto que el presidente Salvador Jorge Blanco, quien le tocó gestionar la crisis de la población de abril de 1984. Luego de este ejemplo, todos los presidentes se han sentado en una mesa de diálogo a debatir las reformas que han sido necesarias para la modernización del país. Balaguer, siendo el que mayor libertad tuvo al momento de generar estas normas, no dejó de lado la conversación con los sectores afectados por su paquete de reformas económicas.
Hoy en día, la discusión toma un nuevo giro, que deja como precedente un capítulo de diálogo en el Congreso que, para muchos, no solo rozaba en la falta protocolar del deber ser y el discurso enarbolado por cada representante social, sino que también produjo un sinnúmero de propuestas que movieron el acontecer nacional por un periodo de 48 horas. Pero lo importante de este acontecimiento fue la democratización de la participación popular en su máxima expresión.
Este acontecimiento de la historia moderna se sellaba con un comunicado del presidente actual, sacando de circulación una de las cuatro reformas más comentadas hasta la fecha, que es la de “modernización fiscal”, calmando, quizás, las ansias de sangre de un pueblo que se siente cada día menos afortunado de vivir al centro de la línea del ecuador.
Desde la óptica oficialista, este acto de civismo comprende el buen accionar de un ciudadano que abogaba en campaña por una menor cantidad de impuestos a pagar por el dominicano “de a pie”. Desde la óptica social, nos hemos salvado de volver a reproducir un capítulo parecido al de abril de 1984; con la salvedad de que esta vez acabamos de ser conscientes de nuestro mayor error: en menos de 90 días, nuestra sociedad se arrepiente de darle mayoría absoluta en los poderes públicos al oficialismo de turno, que nuevamente peca de absolutista.
Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial, sumando los tribunales más importantes del país, como el Constitucional, la Suprema Corte de Justicia y el Tribunal Superior Electoral: estamos en el mismo momento del que salimos alguna vez hace menos de 5 años, donde la única mirada de pluralidad es un vistazo aún rápido del pasado que también quisimos abandonar hace unos pocos años en la Plaza de la Bandera, frente a la Junta Central Electoral (JCE).
Platón no pudo decirlo mejor en su momento al mencionar que «el deseo insaciable de libertad ocasiona una demanda de tiranía», recordando que eso aplica para todos los partidos de turno que han pasado por la historia, pero también a cada uno de nosotros, los ciudadanos, que muchas veces pecamos de excesiva relajación en cuanto al deber social de estar pendientes del Estado.
Mientras escribimos estas líneas, aún nos quedan 3 reformas más y una a nivel constitucional, que ya se encuentra proclamada. Quizás la última no sea “significativa” o quizás sí, pero de lo que sí debemos estar pendientes es de que la aprobación de estas ya no depende del equilibrio del poder, ni mucho menos del último bastión de defensa de la democracia: el pueblo, sino más bien de un gobierno de minorías.
El día después del mañana
Hay que seguir viviendo, dice un tremendo abogado que prefiere quedar en el anonimato: mantener una familia, el estatus económico, la supervivencia del más fuerte y, en algunos casos, del día a día. Nos aferramos al cuento de que la democracia se salva cuando está a punto de estallar, pero se nos olvida que la prevención es el remedio infalible ante cualquier calamidad.
Mantenernos vigilantes como sociedad es el trabajo que nadie quiere hacer en el día de hoy, pero es de lo que más nos quejamos en la virtualidad. Tal vez el concepto de equilibrio que mencionaban los filósofos evolucionó y nos dejó con otras alternativas que debemos encontrar. Puede que nos sirva para esto la inteligencia artificial, los robots y el “machine learning”, pero para Platón, la clave se encuentra en “tomar decisiones justas, prudentes y sabias”. Para que gobierne la virtud, no la pasión.
De lo que estoy muy seguro es que, cada vez que nos olvidamos de nuestra cuota social, de pensar a futuro, de la inmediatez y de la apatía que genera el cuidar del bienestar social, puede ocurrir que dejemos de ser una sociedad de apagar fuegos para convertirnos en unidad con la naturaleza que nos rodea y aceptando nuestros demonios internos. Al final del día, no existe un hombre capaz de vivir más que el Estado/Leviatán, pero tampoco un rey sin súbditos ni corona que gobernar, ni mucho menos un Mesías que solucione todos los problemas, con promesas de cambios en cada concurso electoral.
Es por eso que debemos mirar a futuro, no desde el concepto de ser unidimensional, sino desde el ser multidimensional que teje una red de acciones que provocarán, en el presente inmediato, cambios minúsculos que terminarán por convertirse en una ola de transformación social que nos impulsará a la orilla del sueño eterno del deber ser, de lo idílico, de lo utópico o, en el peor de los casos, en dejar de ser un país en vías de desarrollo eterno para convertirnos en la mejor versión de República Dominicana que soñamos, la que de verdad queremos en el presente.