Por Ruben Peralta Rigaud

Hay películas que se alojan en la memoria no tanto por lo que muestran, sino por cómo lo sienten sus personajes. La nueva versión de Kiss of the Spider Woman, dirigida por Bill Condon, parte de esa premisa con una ambición clara: no reeditar simplemente el clásico de Héctor Babenco ni adaptar de forma literal el musical de Broadway, sino revisitar —y sanar— una historia marcada por las limitaciones de su tiempo. Lo que aquí emerge no es solo una relectura queer, política y emocionalmente más honesta, sino también un ejercicio de amor por el cine como refugio, trinchera y escape.

Condon, veterano de musicales y melodramas, no elude los peligros de trabajar con material reverenciado, pero también no se detiene a pedir permiso. Esta nueva Spider Woman no teme a los excesos visuales ni al artificio teatral. Muy por el contrario: los abraza como estética y como declaración ideológica. El melodrama y el musical aquí no son ornamentos, sino estrategias de resistencia, memoria y redención. Y el corazón de esta nueva entrega no está en los decorados de celuloide ni en las canciones, sino en una actuación profundamente humana: Tonatiuh como Luis Molina.

Luis es un prisionero en la Argentina de los años ochenta, recluido no por delitos comunes sino por su identidad sexual. En una celda oscura, su mundo interno se ilumina con Technicolor y lentejuelas: la película dentro de la película —una ficción hollywoodense protagonizada por una diosa glam como Ingrid Luna (interpretada con carisma radiante por Jennifer Lopez)— es el oasis donde Molina sobrevive. Su compañero de celda, Valentín (Diego Luna), es el reverso: militante político, seco, resistente al encanto de las evasiones cinematográficas. Lo que sucede entre ambos, en el cruce de ideologías y deseos, da forma a un vínculo que comienza como convivencia forzada y termina rozando la redención íntima.

Pero más allá de la sinopsis, lo que Condon explora es el poder del relato. Luis no narra una película: la vive, la habita, la transforma en acto de resistencia. El musical que lo obsesiona es un exorcismo frente a la represión del régimen, pero también frente a los silencios históricos del cine respecto a la diversidad sexual. Y Condon, consciente de los errores de representaciones pasadas, evita repetirlos. El personaje de Luis, en manos de Tonatiuh, no es una caricatura ni una víctima pasiva: es una criatura compleja, contradictoria y viva, con una entrega física y emocional que desarma.

Jennifer Lopez, por su parte, brilla en las secuencias musicales como esa estrella del viejo Hollywood que nunca se mancha de polvo. No es una performance particularmente exigente en términos dramáticos, pero sí en su capacidad de sostener la ilusión. Lopez es una presencia magnética que ayuda a sostener el artificio; y eso, en un musical, es tanto o más importante que cualquier otra cosa.

Donde la película tropieza es, precisamente, en su forma de tejer los mundos. La transición entre la prisión opresiva y los números musicales fastuosos no siempre resulta fluida. En varias ocasiones, la puesta en escena parece demasiado contenida o mal encuadrada, como si Condon no terminara de decidir si está filmando un musical grandilocuente o un drama de cámara. Algunas canciones pierden impacto por malas decisiones de montaje, y ciertos encuadres torpes restan poder a escenas que exigen intimidad. Es como si el lenguaje cinematográfico estuviera a medio construir, oscilando entre la teatralidad deseada y la naturalidad que nunca termina de llegar.

Sin embargo, sería injusto ignorar lo que Kiss of the Spider Woman logra: recuperar con dignidad una historia queer que en sus versiones anteriores pecaba de exotismo o censura, y hacerlo con conciencia política y sensibilidad contemporánea. El nuevo enfoque no solo modifica el motivo de la condena de Luis (ya no acusado de corrupción de menores sino directamente perseguido por ser homosexual), sino que también profundiza en las consecuencias afectivas de ese encierro: el deseo, la vergüenza, la ternura, el miedo.

Diego Luna entrega un Valentín sobrio, contenido, que sirve como ancla a la efervescencia de Molina. Su evolución —de la repulsión inicial a la complicidad— está delineada con cuidado, aunque se le echa en falta un arco emocional más profundo. Por momentos, Luna parece limitado por el guion, más preocupado por sostener la alegoría política que por explorar la intimidad del personaje. Aun así, la química entre ambos actores sostiene la tensión dramática.

Y si hay algo que agradecerle a Condon es su capacidad para otorgar centralidad a los actores. Tonatiuh, en particular, se adueña de cada plano en el que aparece. No es solo su forma de moverse o su cadencia al hablar, sino su vulnerabilidad desbordante. En él se resume la tesis de la película: el cine como espacio donde los cuerpos queer encuentran libertad, aún en las peores condiciones.En los últimos minutos, cuando la historia se precipita hacia su final, uno siente que la película pudo haber sido más audaz en su conclusión. El remate, aunque emocionalmente eficaz, no alcanza la potencia simbólica que prometía. Y sin embargo, el eco que deja es poderoso. Kiss of the Spider Woman no es perfecta, pero sí necesaria. Es una obra que, a pesar de sus fallas, se ofrece como testimonio de una lucha todavía vigente: la de narrar en libertad, sin pedir permiso, sin disfraz.

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