
Por: Ryan González Caraballo
La naturaleza está siendo tratada como mercancía, como un bien que puede negociarse al mejor postor. Y lo más preocupante es que este modelo de desarrollo no es un error: es una estrategia. Se ofrecen “inversiones” que en realidad son transacciones ambientales disfrazadas. Se construyen represas sin planificación comunitaria. Se permite la expansión urbana sin control. Se tala, se explota, se contamina. Todo con el aval —o el silencio— de quienes deberían protegernos.
Mientras tanto, las comunidades quedan esperando. Esperando transparencia, respeto, y sobre todo, participación. Porque si algo ha quedado claro es que las decisiones ambientales en este país no se toman con la gente, sino a pesar de ella. Y eso no es desarrollo. Eso es exclusión.
Comercializar el medio ambiente no solo destruye recursos, también debilita el tejido social. Divide comunidades. Rompe la confianza en las instituciones. Y lo más grave: compromete el futuro de las próximas generaciones.
San Juan de la Maguana no puede convertirse en una zona de sacrificio. República Dominicana necesita un nuevo pacto con la tierra, el agua y su gente. Uno donde el crecimiento no signifique destrucción, y donde la naturaleza no sea vista como una mina que se agota, sino como un legado que se cuida.
Por
Ryan González Caraballo
Abogado
