La República Dominicana amaneció distinta el pasado 8 de abril. Una tragedia que tocó al corazón del país entero nos recordó lo frágil que es la vida, y lo rápido que puede cambiar todo en un abrir y cerrar de ojos. Las imágenes, las voces entrecortadas, el silencio respetuoso… todo quedó marcado en nuestra memoria colectiva.
En medio del dolor y la incertidumbre, hubo también destellos de humanidad. Los rescatistas, bomberos, equipos de emergencia, miembros de la Defensa Civil, Policía Nacional, organismos del Estado y voluntarios se lanzaron al terreno con una sola misión: salvar vidas, o al menos, traer algo de consuelo a las familias afectadas. A ellos, gracias. Gracias infinitas por su entrega, por enfrentarse a lo desconocido con valentía, por sostener el país cuando todo parece tambalearse.
Es natural que en momentos como este surjan preguntas, hipótesis, incluso teorías apresuradas. Pero también es necesario recordar que el respeto se manifiesta de muchas formas, y una de ellas es la prudencia. Permitir que las autoridades competentes realicen una investigación exhaustiva, con rigor técnico y transparencia, es más que un acto de fe institucional: es una muestra de madurez ciudadana.
No se trata de callar. Se trata de esperar. De no convertir el dolor ajeno en titulares fáciles, ni las conjeturas en verdades absolutas. Porque detrás de cada nombre, de cada imagen, hay familias que merecen respuestas, sí, pero también merecen respeto.
Esto es un momento para acompañar, para hacer silencio cuando el silencio consuela, y para hablar con responsabilidad cuando las palabras suman.